Llevaba un saco de culpas clavadas al alma;
trajo un billete de vuelta a la desilusión,
una mirada tan triste, que te hizo abrazarla…
Tú sentiste hielo, ella tu calor.
Contaba que en sus recuerdos nadie la besaba,
te dijo que se hizo adicta a la resignación:
_ Sé que en mi casa no hay nadie que llore mi marcha…
Lo dijo muy seria y luego lloró.
Lloró su destierro de puertas adentro,
lloró su abandono, lloró su orfandad…
Lloró su deseo de acabar con todo,
lloró codo a codo con la soledad.
Lloró su presente, lloró su pasado,
lloró sus fracasos, lloró su ansiedad…
Lloró sin medida, lloró sin consuelo,
lloró amargamente, lloró todo el mar.
Lo que aprendió de sí misma lo enseñan las calles;
lo que no entiende del mundo, le suele asustar:
_ Paso la vida buscando un trocito del cielo,
pues todo el infierno sé bien donde está…
No fue fácil decidir llamar a tu puerta,
aunque hablar contigo me hace bien.
Es muy duro para mí contarte mis penas,
pero es lo que tengo y no sé qué hacer…
Lloró su destierro de puertas adentro…