Durante años, al acabar muchos conciertos en Madrid y tras haber cantado la “Historia de Lucía”, la gente se acercaba a decirme que sabían quién era “esa Lucía”, que la habían conocido viviendo debajo del puente de Cuatro Caminos, que recordaban su figura encorvada y pequeña entre los cartones…

Pero ahora, ya hace tiempo que nadie me pregunta por ella…

El tiempo va pasando y la mayor parte de los recuerdos de aquellos a los que conocimos se difuminan y quedan en el olvido. Ese mismo destino sufren las cosas y –al igual que Lucía– el puente bajo el que ella vivió tantos días y durmió tantas noches también hoy ha desaparecido.

Durante el año 2004 lo desmontaron definitivamente, piedra a piedra, e hicieron un paso subterráneo para la circulación de los coches, pues era necesario modernizar y adecentar una ciudad que aspiraba a celebrar unos juegos olímpicos…

Por eso hoy ya casi nadie recuerda a Lucía la que fue real, la de carne y hueso, la maltratada por el paso indiferente de tantos durante demasiados años…

A veces, pienso que ahora su vida sólo perdura en un puñado de acordes y algunas decenas de palabras que acerté a escribir durante aquel frío invierno de 1993, poco antes de que los servicios municipales la llevaran a una residencia de Ciempozuelos (Madrid) en donde estuvo acogida hasta que murió en el verano del 2012.

Otras, en cambio, me doy cuenta de que Lucía es el símbolo y el signo que me hizo comprender que, por muy tirada que esté una persona o por mucho que sea su deterioro físico y personal, siempre podemos detenernos a su lado, agacharnos, conocer su historia y ayudar a que se levante y pueda volver a caminar.

Lamentablemente, en las cunetas de la vida, seguimos encontrando de trecho en trecho, hombres y mujeres caidos, agotados, perdidos, enfermos, desilusionados, solos… Todos tienen su historia; la mayoría con un pasado tormentoso y un presente muy difícil, pero todos con un futuro aún por escribir.

La indiferencia de los que cada día pasamos a su lado es su peor condena.

Historia de Lucía

Lucía de joven tenía,
tenía una vida corriente,
y ahora la ves escondida
debajo de un puente.

El mismo que cruza Lucía,
la niña del barrio de enfrente,
que sólo le pide a la vida
un poquito de suerte.

La suerte que tuvo Lucía,
no se parecía a ninguna otra suerte.
Lucía muere cada día
al pasar la gente.

Qué sola la vieja vivía,
sabiéndose tan diferente
de aquella pequeña chiquilla
de paso impaciente.

Que todas las tardes veía
volver a una «casa decente».
Le espera una cena sencilla
y un baño caliente.

El agua que baña a Lucía
es el agua fría de la fuente
Tal vez esta noche se bañe,
en algún aguardiente.

Lucía de joven tenía,
tenía una vida corriente,
¿Quién sabe porque en su agonía
se aferra al presente?

Sentada entre cajas vacías,
la pena se arruga en la frente;
los labios murmuran poesías
de forma incoherente.

Han ido pasando los días
la pobre Lucía ha perdido la mente.
Y sueña con la fantasía
del que vive ausente.

Y mientras que al nacer el día
la niña Lucía es la Bella Durmiente,
la Bruja es la vieja que vive,
debajo del puente.

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