Si exceptuamos al Dioni y a Curro Jiménez, nunca un ladrón ha tenido tanta fama a lo largo de la historia como Robin Hood el salteador de los bosques de Sherwood.
Todo el mundo daba por bueno los asaltos y los robos de Robin a los ricos, pues servían para devolver unas monedas a todas aquellas otras gentes empobrecidas por los impuestos abusivos y prolongados que pagaban a un rey, que en realidad era un impostor.
Mirando el panorama actual de nuestro mundo, descubrimos muchos reyezuelos y mucha pobreza sobrevenida por años de deudas ficticias, intereses abusivos y sometimiento de las poblaciones más vulnerables a estos nuevos recaudadores de impuestos internacionales que se han instalado en los lugares de máximo poder.
¿Dónde están los Robin Hood de este nuevo siglo? ¿Dónde los salteadores de caminos, castillos o bancos, capaces de enfrentarse al «desorden establecido» y liderar a una mayoría doliente condenada por deudas que no han contraído?.
Si surgieran unos pocos, seguro que una multitud de forajidos del imperialismo nos uniríamos a ellos incondicionalmente, aunque hubiésemos de vivir escondidos hasta la llegada del rey bueno.